Sergio Romero Serrano 240621
El 24 de junio, día de San Juan, es muy importante en España. En México no tanto, pero en el municipio de San Juan del Río, es un día en que se celebra religiosamente y de manera civil, por las autoridades locales, la fundación de la ciudad.
Este día, en 1531, Conin o Fernando de Tapia, a orillas del río funda un poblado de indios que aceptan sujetarse a la corona española y se celebra una misa. Queda establecido un pacto que se replica kilómetros adelante por la región y que conformará muchos años más adelante, lo que hoy conocemos como el estado de Querétaro.
Aunque entre la población de San Juan del Río no permea significativamente la celebración, ni religiosa ni fundacionalmente, la gente lo toma como un día más o menos normal.
No hay comidas familiares, ni comunales y fuera de la sesión del cabildo y la misa correspondiente, a la que pocos asisten, la fecha pasa casi desapercibida. Es una lástima porque debería haber una mayor conexión entre los habitantes de la ciudad y las celebraciones por la fecha.
Contrasta lo anterior con lo descrito por Joan Manuel Serrat en su canción la Fiesta de San Juan, donde hace una hace una muy curiosa narración de esta festividad, siendo una de las más importantes en la península ibérica y de una parte de Europa.
Es en la noche de San Juan, donde la población congregada hace una pequeña tregua para convivir y celebrar hasta el hartazgo, haciendo de lado todo tipo de diferencias ideológicas, económicas y sociales, en una aparente hermandad etílica alrededor de enormes hogueras, al centro de la ciudad, y que supuestamente revitalizan el nacimiento del sol.
Es una celebración tal vez de origen pagano que se remonta a épocas muy antiguas y anteriores al cristianismo, aseguran algunos historiadores y estudiosos del fenómeno religioso.
Sea como fuere, en San Juan Chamula, Chiapas, hace algunos años, tuve la oportunidad de presenciar la festividad del día de San Juan, en esta comunidad esencialmente indígena, como casi toda la zona alrededor de San Cristóbal de las Casas y en los Altos de Chiapas.
La verdad fue una experiencia alucinante, la concentración de miles de personas que celebraban al santo patrono de su poblado, volcándose a beber, bailar, comer y realizar toda una serie de rituales llenos de cantos, incienso, lágrimas y plegarias, que creaban una atmósfera mágica muy peculiar.
El colorido de sus vestimentas, particularmente de las mujeres, era una explosión alucinante de color y texturas que solo se encuentra en este estado y en Oaxaca.
Ahí estaba yo, un pobre espécimen del bajío mexicano, sintiéndome un extranjero en mi propio país, incapaz de comprender del todo las manifestaciones ancestrales y sincréticas de mis hermanos del sureste, que las mantienen muy vivas después de quinientos años de exclusión y sometimiento.
En el día de San Juan los rituales cristianos y prehispánicos se mezclan para honrar al santo que le ha dado vida y sustento a su comunidad.
Acá en Querétaro, en lo personal, para mí, el 24 de junio no tiene mucho qué ver con el santo aludido, pero sí tiene significaciones del lugar muy especiales que me señalan los extremos de la existencia: la vida y la muerte. Hay historias particulares alrededor de esta fecha, que no voy a contar aquí, pero que me han determinado como persona y como familia.
Es una fecha emblemática, de mucha trascendencia. Por eso, el 24 de junio siempre me detengo un momento para conmemorar los orígenes de esta mi ciudad, los míos propios y el fin de los ciclos naturales de la vida que se cierran.
En la noche de San Juan, como y bebo o por lo menos escucho la canción de Serrat.
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