Neon

Manuel Basaldúa Hernández

 

Más tardamos en llamarle “fiesta de la democracia” a estas elecciones adjetivadas “las mas grandes de la historia”, y en festejar que muchos salieron a votar, que en descalificarlas el día de los sufragios, y en momentos posteriores a los resultados rápidos de salida. ¿En qué sentido se descalificaron los partidos y sus competidores? En denostar a los contrarios y emitir insultos o epítetos clasistas.

 

Los demócratas estivales aceptaron a regañadientes las derrotas, en tanto que otros se ilusionaron con las victorias. Pocos quedaron conformes.

 

Los verdaderos sistemas democráticos los conforman ciudadanos que respetan los resultados, y reconocen al vencedor como el líder del gobierno con el propósito de que el estado realice su programa de acción en búsqueda de un desarrollo que de estabilidad y certeza a todos sus ciudadanos. En nuestro país, carente de ideologías definidas y principios partidistas la realidad se nos presenta compleja porque se persiguen otros objetivos. En medio de ello, no el respeto y la cordialidad frente a nuestros coterráneos sino la descalificación y la insidia se busca imponer una postura de sometimiento grupal que no tiene otro propósito que sentirse superior.

 

Esa misma actuación es lo que ha revivido una división maniquea entre “fifís” y “chairos”, herencia de un resentimiento no resuelto en nuestra historia nacional que ha sido producto de un racismo difícil de aceptar y solucionar. La búsqueda permanente de una dominación sin un beneficio general que permea en nuestra sociedad.

 

Nos creímos modernos en participar en una contienda electoral con tintes civilizados, pero con intenciones primitivas.

 

El trasfondo es un populismo que sigue tatuado en la piel del sistema mexicano. Diversificado en muchos sectores, oculto en el ideario de otros que lo repudian, exigido por quienes se niegan a dejar de ser clientes políticos esta forma nociva de gobierno sigue siendo un lastre para el desarrollo de la comunidad. Pero también aparece como una maldición eterna de la cual no es posible despojarnos.

 

Octavio Paz señalaba que “el populismo ha sido uno de los rasgos distintivos de la política mexicana desde que la Revolución se transformó en gobierno”, y sus palabras dichas en las últimas décadas del Siglo pasado, parecen vigentes en este tercio del Siglo XXI. Continua Paz diciendo: “Hoy se critica al populismo con razón, pero esa critica no debe ocultarnos sus aspectos positivos; en una sociedad como la mexicana, en la que los pobres son tan pobres y los ricos tan ricos, el populismo, aunque manirroto y demagógico, equilibró un poco la balanza en el pasado” (y lo sigue haciendo en el presente). Quizá por eso mismo, una gran masa de desprotegidos sigue inconscientemente a quién los hipnotiza con sus dulces discursos, y se enconan con quienes los señalan como masa clientelar -siempre lo han sido, pero no los habían evidenciado-.

 

El populismo sigue vigente a pesar de sus duras y certeras criticas porque el sistema mexicano ha encontrado en él su rica sustancia y una receta eficaz para que quien lo utilice mejor siga en el poder. Por eso hay, ha habido y seguirá habiendo populismo, con la complacencia y complicidad del gobierno con los trabajadores, los empresarios y los intelectuales -si parafraseamos a Paz-. Y seguirá latente como sombra y fantasma en nuestro futuro atándonos al subdesarrollo porque así da buenos dividendos a la clase más rica. El día que nos despojemos de eso, habremos cambiado.

 

 

 

 

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