Neon

Manuel Basaldúa Hernández

 

En días recientes hemos conocido la noticia del conflicto suscitado entre miembros de una etnia de Amealco y el organismo gubernamental operador del agua en el Estado de Querétaro. El asunto tiene como motivo el manejo de un pozo de agua. Fuente importante de donde depende el suministro a gran parte de ese municipio y poblaciones aledañas, incluyendo a esa etnia.

 

El caso no ha pasado desapercibido, pero no ha cobrado la dimensión suficiente debido al contexto que estamos atravesando y que tiene más preocupados y entretenidos a los miembros de la comunidad queretana: la pandemia del Covid, la vacunación respectiva, y el evento político mayor, las elecciones.

 

Las autoridades estatales han minimizado el evento aduciendo que “solamente son unas 40 personas” de la población otomí las que se ha manifestado y que quieren manejar el pozo en cuestión. Además de que no representan a la mayoría de ellos, porque no se han manifestado masivamente. Por otra parte, la prensa ha tomado el suceso como parte de un conflicto menor y de un sainete que tiene poco peso mediático. Los grupos ecologistas tampoco se han manifestado de manera importante al respecto, distraídos quizá por el ambiente político y electoral que esta en curso. La población del Estado tampoco ha mostrado interés en el caso, porque no le afecta de manera directa e inmediata hasta el momento.

 

El escenario que tenemos en la mesa es más importante y critico de lo que parece. Desde hace años se ha venido advirtiendo de un futuro “estrés hídrico”. ¿Qué quiere decir esto? De acuerdo a Fernando González Villarreal, técnico de la Red del Agua de la UNAM, es la demanda que sobrepasa los niveles de disponibilidad de ese líquido y la demanda excesiva respecto a la cantidad de las fuentes que abastecen esa demanda.

 

A menor recurso y mayor demanda se provoca una crispación entre los involucrados dando lugar a conflictos entre los usuarios.

 

Querétaro, debido a su ubicación geográfica se encuentra en un lugar con alto riesgo de sufrir tal fenómeno de “estrés hídrico”, y si somos más rigurosos a un riesgo mayor de escases critica. Geográficamente nos encontramos en la parte alta de la región central del país, en esta meseta con gran altura. Carecemos de montañas que por medio de la congelación nos proporcione alguna fuente. Estamos en esta meseta que referimos, con lluvias de temporal que han cambiado debido al cambio climático. Por si no fuera suficiente, no es zona de bosques, sino de aridez que hace imposible la captación suficiente. El crecimiento industrial acelerado, así como la expansión y densidad de la mancha urbana ha generado una gran plancha de concreto y asfalto que impide la filtración del agua en tiempos de lluvia.

 

Para darnos una idea de lo que sucede, los lugares donde hay una cantidad inferior a 2,500 metros cúbicos de agua por habitante en un año son los que sufren ese dichoso “estrés hídrico”. En México, dice el técnico de la UNAM todavía tenemos unos 4 000 metros cúbicos por persona, pero esto no es general para todos los habitantes del país. El panorama no es tan halagador debido a la excesiva demanda, la deforestación, la contaminación de ríos y mantos de agua y el gran desperdicio en los principales centros urbanos donde se llega a perder casi el 40% en el sistema de red de las ciudades.

 

Pero vayamos nuevamente al asunto en cuestión. El conflicto entre miembros de la etnia nhanhu, u otomíes, como son conocidos, de los Barrios indígenas en Amealco, no es precisamente un problema casi policial, en el entendido de que tienen tomado el pozo. Ni tampoco es que algunos mestizos urbanos hagan mofa de que los otomíes no tienen el conocimiento técnico, ni el recurso económico ni tampoco los recursos humano ni financieros para hacer manejo del pozo.  Es una cuestión más trascendente. Es la simbolización sobre los conflictos que vendrán por la pelea de las fuentes hídricas.

 

Aquí nos estaremos enfrentando a un “estrés social”, que esta soterrado por cuestiones políticas, y que al empatarse con el “estrés hídrico” pondrá contra la pared a las autoridades y a la población en general cuando tengamos una situación critica que rebase dicho fenómeno de escases.

 

Podemos tolerar crisis de movilidad, de cuestiones políticas en los organismos representativos de la sociedad queretana, de pobreza, entre otros, pero frente a una crisis del agua ni estamos preparados ni el gobierno, o cualquier gobierno, ni la sociedad lo soportarían. Ningún gobierno puede resolver esto de manera favorable e inmediata. Los hábitos de ahorro de agua, de eficiencia en su uso, de reciclaje o de proteger a las fuentes de la contaminación han pasado a segundo plano y es necesario rescatarlos para ponerlos en práctica. El agua que se consume en la ciudad capital de Querétaro y su zona metropolitana proviene de fuentes lejanas de nuestra urbe, y se extrae de tierras de grupos que hasta ahora no han dicho nada. No solamente será hídrico, sino social ese estrés ¿Qué pasará cuando cada grupo reclame los recursos hídricos locales y no los quiera ceder a grupos extractivos? Ahí esta el meollo de un asunto peliagudo. ¿Podremos rescatar ese eufemismo de “la cultura del agua”? ¿Qué opinión le merece el caso?

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.