Sergio Romero Serrano 260521
La ambición por el poder es -tal vez- una de las pasiones más fuertes que tiene el ser humano y que se extiende a casi todas nuestras manifestaciones como especie generadora de cultura. Nos acompaña, probablemente, desde los inicios de nuestra evolución y debemos entenderla como esa fuerza, esa postetad que se ejerce sobre otro u otros seremos humanos, para imponer la voluntad propia y obligarlos a hacer lo que uno desea.
Es control, es determinación, es utilidad, propósito o intensión. Puede ejercerse directamente y a través de organizaciones o instituciones que se crean para, precisamente, ejercer ese poder. Aquí habría que reconocer que se puede ejercer de manera legítima o ilegítima.
La primera cuando existe un consenso que se otorga a alguien para ejercerlo. Se delega o deposita en el otro, se le entrega la confianza y la aprobación del grupo ya que sin él ¿sobre quién se ejerce el poder?
En la segunda, la ilegítima, es cuando el consenso, la aprobación, la confianza, la autorización ha sido usurpada por la imposición, el engaño, la simulación, la mentira o la violencia. Hay un desacato al otorgante del consentimiento, que transgrede la naturaleza del acuerdo.
Esto ha sido descrito de una manera magistral por Rousseau en su libro el Contrato Social, en el siglo XVIII. Entonces la legitimidad para ejercer el poder pasa necesariamente por la voluntad de los otorgantes. Pero en la actualidad, en las sociedades modernas, las del “conocimiento”, se ha vuelto más complejo el tema, porque ahora no basta con la aprobación, sino que ahora se agrega también la aspiración o el interés de quien intenta, pide, solicita o demanda el poder para ejercer el poder.
Los candidatos a los diferentes cargos de elección popular, que hoy aspiran a ejercer el poder de las diferentes maneras y en los diferentes espacios o niveles que determina nuestras leyes, se legitimarán en unas semanas más, con el voto que cada uno les otorgaremos para formar la voluntad mayoritaria.
Y este proceso es la parte esencial de toda democracia: la emisión del voto. Pero esta legitimación que se concretiza con el voto mayoritario, me temo que se inicia desde antes: en el mismísimo momento en que públicamente una persona “x” expresa su aspiración a representarme como ciudadano y lo cobija un partido “x” que lo reconoce como su candidato, ante la autoridad electoral.
Ahora bien, yo -como elector- me pregunto ¿por qué debo votar por ese candidato “x” que me propone el partido “x”? Bueno, me dirán algunos, las explicaciones se dan en las campañas, en las diferentes actividades que los candidatos realizan para captar y orientar el voto. Pero la anterior explicación a mí no me alcanza, no me es suficiente: todos los partidos, sin excepción, dicen que su candidato es la mejor opción. Claro –me dirán algunos- ni modo que digan ¡que son la peor! Me dirán también, que ahí están los programas de trabajo o propuestas para orientarme y que solo debo comparar y analizar.
Es la lógica de la mercadotecnia. Pero ¿de verdad a eso se le llama programas o propuestas de trabajo? ¿Entonces un candidato es un producto que se elabora, se vende y se compra? ¿La política es eso: el juego perverso del mercado, de la oferta y la demanda, de lo que se compra y se vende, del costo y beneficio? Pero ¿no debería ser algo más, mucho más la política?: la solución de conflictos, la mejora permanente de la calidad de vida de los ciudadanos, el confort y la tranquilidad económica y social de las familias, el crecimiento y el desarrollo del bienestar social, la felicidad de los seres humanos ¿Y esa son las mismas aspiraciones del candidato?
La duda es razonable. ¿El perfil de los candidatos garantiza que las aspiraciones sociales son las mismas? ¿o hay una perversidad de intereses que deslegitima al candidato y su partido? Porque la neta ¿Kuri es lo mejor que tiene el PAN para gobernar Querétaro? ¿Un empresario millonario metido a la política? ¿Cómo para qué? ¿Para ir con todo con quién? ¿O contra quién? ¿Que sabe generar riqueza? Eso es claro.
Pero hasta ahora solo ha sido para él. Ahí está su declaración patrimonial. ¿Y? ¿Por qué debería yo votar por él? ¿Con quiénes son sus compromisos? Como presidente municipal de Corregidora y como senador ¿qué hizo, qué legisló? ¿A favor o en contra de qué votó? ¿Me puedo sentir orgulloso como queretano de mi legislador? ¿Cómo legitima su aspiración ante los electores de ser gobernador del estado? ¿Cuál es el argumento, la razón o el objetivo? Hay “asegunes”, diría mi abuelita.
¿Y Celia Maya es la mejor carta de Morena? Bueno, no es empresaria me dirán algunos y tienen razón. A lo mejor no ve la política como una forma de hacer negocios o hacerse rica rápida e impunemente, como lo han hecho cientos de funcionarios de primer nivel en el país a lo largo de décadas. La política y el narcotráfico son los negocios más rentables en México.
Maya siempre ha sido funcionaria pública. Ofrece esperanza, crecimiento y desarrollo, seguido de un enlistado de buenos propósitos, más o menos los mismos que proponen cualquiera de los otros candidatos.
Pero no se parte de un diagnóstico mínimo de las condiciones en las que se encuentra el estado o al menos no se ha dado a conocer. Sus detractores le critican porque es una imposición de quienes administran su partido a nivel nacional. Y sí, lo es. Las mismas imposiciones que en el PRI y en el PAN. O ¿éstos sí son muy democráticos en sus designaciones?
Me gustaría que Celia Maya me dijera por qué debería yo, simple ciudadano -como miles más- otorgarle mi confianza y darle mi voto. ¿Simplemente porque es de Morena? No me alcanza eso, no me es suficiente. Abigail Arredondo es la mejor carta del PRI para gobernar Querétaro. ¿O es lo que quedó? Después de la desbandada interna y a nivel nacional, no quedó mucho.
Los primeros en irse, o por lo menos resguardarse, son los grandes usufructuarios del partido. ¿Dónde están los líderes morales, eternos, infalibles y sabios del priísmo de ochenta años, definiendo todas las políticas del país? ¿Dónde están los grandes líderes queretanos del priísmo? Se fueron, están callados, claudicaron. Tuvieron lo que quisieron hasta decir basta y ya. Todos se enriquecieron.
Unos más, otros menos. Solo algunos fieles siguen en las trincheras, tratando de impedir que se hunda el barco y desaparezca. ¿Por qué debería yo votar por un PRI decadente? ¿Por qué debería votar por Abigail Arredondo? ¿Porque ahora sí van a hacer las cosas bien, después de cuántos años de gobiernos en los que los últimos fueron impresionantemente ineficientes y corruptos? Insisto: la legitimación del político que aspira a representarnos empieza desde el momento que quiere ser y debe explicarlo.
Es un derecho del ciudadano que, aunque no milite, financia con sus impuestos el quehacer de los partidos y de los candidatos, que son figuras de interés público en este país.
Tengo, tenemos los ciudadanos el derecho a la explicación. Legitimarse en sus intenciones, para poder legitimarse en las urnas con el voto. Porque aún con las candidaturas -en la mercadotecnia política de hoy- se compran, se venden y se negocian, ganando o perdiendo.
¿No es cierto?
Deja una respuesta