Neon

Luz Neón

Manuel Basaldúa Hernández

El mundo adulto le apuesta al futuro y a los niños. Pero se olvida de hacer proyecciones a futuro y establecer objetivos de largo aliento. En nuestro país, parte del error o fracaso de las acciones dirigidas al sector infantil y adolescente es que las iniciativas se hacen partir de buenas intenciones o de programas políticos, programas que tienen una vida perentoria de un sexenio que es lo que dura la gestión de un gobernante, o del político en turno, y no mediante diagnósticos reales y genuinos, sobre todo de aquellos a la que la academia le llaman “holísticos”. Y es qué, si podemos dar cuenta de los diagnósticos de las autoridades, ahí tenemos el “Diagnóstico de Educación en el Estado de Querétaro 2023”, aunque muchas veces se quedan en la estadística o cuando mucho en una mirada sociológica general.

Estamos enterados de varios programas gubernamentales en Querétaro que le dan atención a los niños y adolescentes lo cual a simple vista se ven como loables y bien articulados y quizá lo sean, por ejemplo, mediante el otorgamiento de desayunos escolares a miles de niños, de igual forma de entrega de uniformes, útiles escolares, y también de algo que no existe en otros Estados, que es un apoyo para la movilidad de los estudiantes para que acudan a sus centros educativos. Estos programas permiten controlar o disminuir la deserción, así como fomentar la alfabetización y aprovechamiento escolar.

Sin embargo, hay esferas de atención o control a las que escapa esta gama de acciones sobre los infantes y adolescentes. En este contexto entra la llamada Ley Kuri que pretende el control de los dispositivos digitales en las escuelas para evitar daños psicológicos y de seguridad a este sector estudiantil. Lo que detectamos es que esta ley padece de algunos alcances limitados como los que tienen que ver con la alimentación y la salud física de este sector. Es decir, el uso de los dispositivos y las redes sociales no competen a la autoridad local, porque el acceso a la información y a la comunicación es universal.

Y el control es de corto alcance en tiempo y en territorio, porque el tiempo en la escuela es breve en comparación al tiempo que pasa el escolar en su casa y en su tiempo libre. Además, muchos padres de familia están bajo la influencia de las redes sociales, lo cual ofrece un mal ejemplo para sus hijos. Así que, lo que quiere impedir esa ley queda totalmente a medias.

Mas valdría enfocar hacia otros derroteros que estén encaminados a un civismo digital, a una educación digital, y a un fomento de los buenos hábitos del uso racional e inteligente de las redes y del campo del algoritmo. Lo cual no solo se dirigiría a los niños, sino a los padres de familia, y al ciudadano en general.

No se puede imponer una ley mediante decreto a una población que es nativa digital. Mas bien habría que hacer sinergia con sus conocimientos y explotar tales recursos, de un fenómeno que es irreversible tanto para el presente como para el futuro. Aquí habría que acercarse a otras disciplinas que nos permitan adentrarnos a las prácticas culturales y a los hábitos de las familias con especial enfoque en los niños y adolescentes, para evitar ponerles otra carga más a los profesores y a las escuelas, que ya de por si están desorientadas respecto a los modelos educativos.

Pasado la mitad del Siglo XX, los niños de aquella época recibían su desayunito IMPI que se componía de una torta de jamón, un plátano, una lechita fría de chocolate y un chicloso sabor café. Y el interés estaba centrado en dominar el aprendizaje de “ese oso se asea así”. En esta tercera década del Siglo XXI, la comida chatarra e industrializada amenaza la nutrición de los infantes, pero deben saber enfrentarse a los retos que la Inteligencia Artificial, el ChatGTP y a los depredadores que los acechan. Son otros tiempos para enfrentarse al mundo.

La solución debe ser integral, no a medias.

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