Luz Neón
Manuel Basaldúa Hernández
Hace varias semanas se hizo viral la frase del “tazo dorado” y la experiencia de la “patrulla espiritual”; un grupo de hombres corpulentos señalaba a personas “en situación de calle” con rasgos de consumir enervantes o alcohol, los sujetaban y se los llevaban en una camioneta a un centro de readaptación, de los llamados anexos. En las redes sociales todo era risa y comicidad. Pero quienes eran sujetos de esa acción de la patrulla sufrían un drama intenso.
Nadie, o pocos piensan los efectos secundarios y las correspondientes consecuencias del crecimiento urbano, del desarrollo y del progreso de los grupos sociales. Así como hay personas exitosas qué por sus méritos académicos, de herencia, de capital social, de trabajo o de aprovechamiento de oportunidades, las hay quienes viven en condiciones precarias, sin oportunidad de acceder a los servicios básicos de una ciudad. Es decir, independientemente del régimen económico en que se esté inserto, habrá quienes estén dentro de una elite o de la masa que habita la periferia.
Entre estos resquicios de clases socioeconómicas se encuentran los pordioseros, los mendigos, los parias, los sin casa, los vagabundos, los migrantes, es decir una amplia gama de personas que han sido víctimas de la pobreza extrema y que no han encontrado cabida adecuada dentro de la sociedad. Hay quien lleva a cabo esas prácticas de mendicidad, arrojados por las circunstancias familiares, económicas, emocionales o de salud mental. Hay incluso quienes lo hace de manera voluntaria, aparte de aquellos que lo hacen de manera involuntaria.
En el paisaje humano, estos miserables son invisibles para muchos, y para otros son sujetos de solidaridad genuina, de compasión con tintes religiosos o incluso de solidaridad hipócrita. No obstante, todos estos miserables tienen un elemento en común: sufren en rechazo social y la falta de empatía por su condición. Este fenómeno socioeconómico no es fácil de solucionar dentro de la sociedad moderna. Y aplicando un chiché academicista diríamos que es un problema “multifactorial”. Porque entre ellos, se encuentran quienes son adictos, enfermos mentales o con algunos rasgos sociopáticos.
En Querétaro vemos a este ejército de lacras, que viven en las alcantarillas, en los tubos de desagüe, en los puentes, en las orillas de las carreteras, en los resquicios de los templos del centro histórico, y son los que ocasionan la dispersión de basura en las calles, incendios de basura, los que acumulan bolsas de plástico negro con desechos, los que se apropian de los carritos del supermercado, los que huelen a miados, a excremento, los que traen sus prendas brillantes por la mugre acumulada, por las costras de mugre en sus cuerpos, hombres y mujeres famélicos, desdentados o sorprendentemente atléticos y musculosos, son todos ellos los que defecan en la calle, los que se apropian de un rincón, e incluso los que asaltan, roban y algunos hasta actúan como potenciales agresores.
El Presidente Municipal, Felipe Fernando Macías ha propuesto una campaña para retirar de la vía pública a todas estas personas. Y ha puesto en la mesa un tema de discusión y polémica, porque grupos o personas que no toleran a estos vagabundos o que se quejan subrepticiamente de ellos, ha salido a protestar por esta medida del jefe del Ayuntamiento, argumentando que se les violentaran sus derechos humanos. Este tipo de programas ya ha sido delineado en otras administraciones, sin embargo, no se han concretado ni se han discutido profusamente. Incluso antes de echar a andar el proyecto muchos han elucubrado que se construirá un manicomio y se han opuesto a dicho proyecto.
Reclutar o hacer la recolección de tales personajes mendicantes no será una tarea fácil porque irán apareciendo otros que sustituyan a aquellos que ya han sido abordados. Si es que acaso se concreta porque alguna organización, colectivo o Defensoria de Derechos Humanos impide la concreción de tal medida, y seguiremos viendo en el desamparo y deambulando en las calles a los vagabundos.
Así como se han llevado a cabo reuniones sobre movilidad y seguridad, deberán de hacerse consultas y evaluaciones para conformar una agenda y una estrategia que permita atender adecuadamente el problema de los mendicantes y vagabundos. O Aplicarlo verticalmente antes de que se satanice la intención de solucionar este problema. Y es que puede resultar paliativo este programa porque la desigualdad y la pobreza sigue generando segmentos de población que sufren de esa condición desigual o sus efectos de salud mental trastocada.
Lo que si se debe permitir es dejar hacer la tarea a las autoridades. Ese será el verdadero reto ciudadano.
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