Luz Neón 193
Manuel Basaldúa Hernández
La juventud de Querétaro en las últimas décadas del Siglo XX disfrutaba de su vida social mediante reuniones entre amigos del trabajo, de la escuela o universidad, o de la colonia o barrio a donde pertenecía.
Eran tiempos donde se les satanizaba con el señalamiento que la juventud se dedicaba al sexo, drogas y rocanrol. Los de menor edad salían a jugar en la calle una cascarita de futbol, los quemados, o cualquier otro juego de grupo, y ya sedientos, podían acercarse a una llave de algún domicilio y beber agua potable de ella.
Eran tiempos en donde se podía noviar en la banqueta o en lugares oscuritos. Las tardeadas eran para los jóvenes que no podían ir a lugares más avanzada la noche, una alternativa para socializar. El límite de tiempo para ese ocio era el grito de la madre o el padre de que se metieran ya a la casa. Y en el caso de las fiestas, la medianoche era el aviso de recogerse a su casa.
Eran tiempos donde lo más peligroso era pasar por una colonia o barrio y que las “bandas” que demandaban territorialidad podían retar a golpes a quienes pasaban por su espacio. Era más el amago que la violencia en concreto.
La urbanización avanzo y el asfalto se hizo presente en las calles, era más difícil jugar fuera de la casa por el tráfico de autos creciente. Después la inseguridad en la ciudad fue creciendo a medida que la industrialización también crecía. El barrio ya no era tan barrio y la colonia empezó a tener movilidad de sus vecinos. Los juegos en la calle desaparecieron.
Querétaro era un lugar conservador por fuera, y su hipocresía era una manta que cubría la actividad de sus giros negros que desarrollaba una vida disipada entre los notables, las familias de apellido de alcurnia, los riquillos, los bohemios o los parias que estaban en contra del sistema. No obstante, la vida era llevadera entre un clima pacifico, interrumpida por algún escándalo de vez en cuando. La ciudad devino en metrópoli, y se rompió la inocencia de la paz barroca y conservadora.
Ecos de la transformación del país, que vio como el crimen organizado que se gesto desde la revolución mexicana y que como locomotora no dejo de avanzar, convirtió al país en arena de grupos y bandas protegidos por la complicidad de autoridades corruptas o débiles. Otro tipo de estupefacientes y estimulantes sustituyeron al simple alcohol de las fiestas, y la corrupción se enquistó en el tiempo libre, en la vida social de la sociedad que requería de esparcimiento de la vida abrumadoramente cotidiana.
Desapareció también la posibilidad de que la incipiente juventud mexicana, disfrutara como antaño un clima de paz y tranquilidad, así como la seguridad de sus habitantes. El clima de violencia que avanzo en estas primeras tres décadas del Siglo XXI, ha acompañado a otros fenómenos nocivos y perversos,
trastocando no solo esa paz social, sino a las instituciones que se deberían de encargar de ofrecer seguridad a sus ciudadanos. La vida urbana es ahora una peligrosa jungla de asfalto que antes era solamente un guion de cuento de ciencia ficción.
Los Cantaritos, el bar que fue escenario de la cruenta masacre en los territorios de El Sangremal de Querétaro, será recordado como el punto de quiebre de la vida social nocturna de quien habita estas tierras. Se desempolvo la túnica del conservadurismo que poseemos en esta puerta del Bajío. Que nos hace recordar que Querétaro aún posee un traje de conservadurismo que nos puede abrigar contra la violencia y el terror, aunque muchos de los nuevos avecindados se persignen con sus ideas woke o progresistas espantándose de ese tufo conservador con el que conviven alegremente.
Los adolescentes y jóvenes generaciones, tendrán que sufrir las consecuencias de estas condiciones de violencia e ineficiencia de las autoridades de todos los niveles, permitiendo que el país sufra y experimente como el mal los evidencia como ineptos o cómplices.
El miedo y el temor andarán por ahí rondando. La libertad para disfrutar de espacios lúdicos y de su vida social está, por ahora, socavada
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