Neon

Luz Neón

Manuel Basaldúa Hernández

 

Los grupos de los llamados “pueblos originarios” representan uno de los problemas más peliagudos a resolver en las ciudades con alto grado de actividad turística. De hecho, todas las etnias en el territorio mexicano son un difícil problema y asignatura pendiente de los gobiernos federal y locales.

La situación que viven las mujeres otomíes y algunas otras mujeres de etnias del Estado de México, Oaxaca y Nayarit, que son las que se encuentran en los principales centros urbanos es frágil. Se les sigue viendo como un elemento de discriminación, son víctimas del racismo y del clasismo. Pero, sobre todo, son relegadas del desarrollo que experimentan otros grupos étnicos y de clases sociales de la República Mexicana.

Se aprovechan de su condición los legisladores, los dirigentes políticos, tanto formales como informales, que en el nombre de las etnias hacen negociaciones en su beneficio y no de los miembros de esas comunidades.

La situación no es nueva, el dilema al que se enfrentan las autoridades es compleja. A mediados del Siglo XX dio inicio esta disyuntiva para poder acercarse a estas etnias. Apareció la línea de los campesinistas y los descampesinistas, así como de los indigenistas y los enemigos de los indígenas. Los primeros abogaban por dejarlos en su condición natural, sin corromper sus costumbres ni tradiciones. Lo que significaba no dotarlos de los beneficios del estado como electrificación, salud, infraestructura, educación ladina, etc. Por otro lado, había quienes abogaban por dotarlos de esa infraestructura del estado e incorporarlos al desarrollo del país, pero eso significaba que fueran perdiendo su esencia y los elementos sustantivos de un grupo étnico.

Esto mismo está ocurriendo en Querétaro, que, debido a decisiones políticas y no en decisiones basadas en un planeamiento argumentado, basado en estudios de las ciencias sociales y culturales tenemos una situación ambigua y de deformación de los elementos genuinos de los nhanhus y las otras etnias del altiplano.

Con el mercado de artesanías que ha creado la Presidencia Municipal de Querétaro están acercando a las etnias a un mundo mercantil y de “souvenirs” que degradan su esencia. Pero aparece el dilema de convertir a estas artesanas en simples comerciantes de un sistema capitalista. Y ellas lo hacen debido a la falta de empleo y oportunidades de desarrollo de su comunidad, y sin programas económicos adecuados del gobierno federal y local. Con la agravante que ahora han sido despojadas de su voz al ser desplazadas en su representación étnica, convirtiéndolas en un gremio político, que en un grupo autentico con lideres y jefes genuinos.

Además, las otomíes son las más frágiles en este escenario, debido a la clonación de sus ideas, imágenes, artesanías y objetos elaborados desde su idiosincrasia, hasta convertirlos en mercancía china. Los comerciantes ladinos -la gente de la ciudad- ha replicado sus artesanías compitiendo deslealmente contra ellos, y despojándolos de sus ingresos y diseños. El colmo fue que una persona empresaria de SLP iba a hacer un trámite de marca registrada de la muñeca otomí, pero también el Gobierno del Estado ha usado a la muñeca y poniéndole el nombre de “Lele” para promocionar turísticamente a la entidad.

En suma, se requiere de acciones más sesudas y menos políticas para que las mujeres otomíes tengan una actividad licita y legitima dentro de la sociedad. Se debería conocer más las intenciones e ideas de cómo quieren vivir y que programas requieren estas mujeres otomíes para no experimentar este tipo de problemas que se tienen, y resolver el problema sin paternalismos ni políticamente.

Y el gobierno municipal no debería negociar con lideres espurios que buscan apropiarse de los espacios de la ciudad.

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