Luz Neón
Manuel Basaldúa Hernández
La movilidad de las personas en México siempre ha sido un tema peliagudo. No existe un modelo de movilidad en ninguna parte de nuestro país. Las administraciones de los gobiernos en turno copian en partes o fragmentos algunas formas de otros países, de países subdesarrollados desde luego para aplicarlos en sus ciudades. Si no existe un modelo, un sistema tampoco. Quienes están a cargo de la movilidad son en la mayoría de las ocasiones personajes de puestos políticos, no técnicos ni mucho menos profesionales ni científicos.
Es común, y por lo regular, muy aceptado, ver como una persona debe “hacerle la parada”, es decir, hacer una señal levantando el brazo para indicarle al chofer que se quiere subir. Luego la persona tiene correr hacia un autobús que lo esperara metros adelante ya sea en la orilla o casi a medio arroyo de la calle. Si es que no lo deja con un palmo de narices y se va sin brindarle el servicio de transporte.
No suficiente con eso si acaso lo alcanza, debe escalar una escalera con poca forma ergonómica y sostenerse rápidamente de los tubos, para evitar caerse debido a un arranque brusco de la unidad. Los autobuses construidos en México o Latinoamérica son así de mal diseñados para un acceso amable y para nada empático con personas con capacidades diferentes.
Las banquetas, si acaso existen, sirven como espacio para la espera del autobús. No hay casetas o construcciones adecuadas para la espera de un autobús. Son puntos irregulares en cada parada “oficial”. No hay horarios, no hay señalamientos de rutas e intersecciones. Generalmente las rutas están en las avenidas principales. Las bases son predios o baldíos. Los conductores generalmente se olvidan de ser corteses y tratan al pasajero como un bulto. Como si les hicieran un favor de trasladarlo.
El amontonamiento tanto de pasajeros como de unidades de transporte es frecuente. No hay forma de tomar un autobús de manera ordenada, todo es de prisa, y atropelladamente. El tiempo de espera es otro factor que hay que considerar. Los lapsos de espera son inciertos. El tiempo de traslado también es incierto. Planos y mapas para conocer rutas y horarios es un elemento totalmente inexistente. El azar es el componente principal del transporte público.
El mal servicio de transporte es reflejo de la mala urbanización de su ciudad. De una mala distribución de servicios comerciales, unidades educativas y laborales. Ya ni se diga de centros de recreación o esparcimiento. Las unidades habitacionales buscan únicamente el lucro no la adecuada comodidad de la población. Todos estos elementos muestran una ausencia de modelos de urbanización, planeación anárquica y espontanea, que a la larga acentúa los problemas con dificultades insalvables de solución.
En el papel puede haber documentos sobre ordenamiento territorial, planes de desarrollo, programas de planificación espacial, entre otros, pero en la realidad material esto no se refleja. Todo esto repercute en que no se facilite moldear patrones cívicos en las personas. Lo cual contribuye en mayor caos citadino. Aquí se puede plantear la siguiente pregunta: ¿el transporte público es reflejo de la mala urbanización o es un síntoma de una ciudad con distorsiones urbanas?
En suma, la ciudadanía tiene que padecer este suplicio que es el servicio de transporte público.
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