Luz Neón
La Feria Ganadera de Querétaro
Manuel Basaldúa Hernández
“Mujer araña, díganos ¿porque quedó así? Por desobedecer a mis padres.” Ha, la ilusión y el engaño elegido voluntariamente. Un engaño que se parece mucho a las mentiras piadosas, a jugar a que eso nos espanta y nos deja una moraleja, o que debemos admirarnos de lo que sabemos que no es cierto, pero que hacemos que creemos.
También sabemos que, en el juego de las canicas, los premios más grandes nadie los gana, y que en el “Tiro al Blanco” la mira esta desviada, y la mayoría de los tiros no dan donde uno apunta, sin embargo, la gente sigue esperanzada a ganar algunos de los pírricos premios, y o el billete de 500 o 1000 pesos que están pegados en los exhibidores.
Los más tercos y empecinados logran algo, y salen con sus figuras de peluche de enorme tamaño, validando así el engaño voluntario. La venta de cobijas y enseres para la cocina es más espectáculo que ofertas.
El público que se acerca a ese negocio ambulante queda embelesado por la perorata del merolico que hipnotiza a los presentes. Quizá el embrujo también tenga que ver en el chillón sonido de sus bocinas baratas, y la distorsión de la voz del locutor que tiene metido el micrófono en las fosas nasales, “llévese otra, dale otra, ¿no queda satisfecho? Le pongo una más antes de que el patrón me vea”.
Y así los incautos compran sus cobijas, antes del tigre o de alguna princesa de Disney, y ahora ya no con aquellos estampados, sino con la despampanante Karely Ruiz, o el popularísimo Peso Pluma o Nathanael Cano.
Las Ferias de los pueblos y de las ciudades medias en México destacan por tener connotaciones ganaderas, industriales o por promover los productos regionales. Pero es su vocación económica actual la que señala el marco de esas Ferias o Muestras de su actividad productiva. En el caso de Querétaro nos encontramos con una transición de su Feria casi centenaria.
No me voy a señalar desde su inicio, sino desde lo que me tocó vivir en estos años. De la primera Feria la que tengo recuerdo es de aquella que se realizaba en el Cerro de las Campanas. Yo era un infante en la década de 1960, y la zona de esa Feria me parecía enorme. Todo ocurría en la parte poniente del Cerro de las Campanas. La parte menos ocupada era la dedicada a la industria y agroindustria, que tenía una pequeña nave en lo que actualmente es el espacio de la Facultad de Química.
Aún se conserva una estructura metálica que era considerada en ese tiempo una majestuosa forma moderna. Luego, más adelante se encontraba el área de restaurantes y una sala para baile y presentación de Grupos musicales, que ahora ocupa la cafetería de la Facultad de Ingeniería.
El pequeño estadio de futbol de la misma facultad es el último vestigio de lo que fuera en ese entonces el anillo calificador de las reses que ahí competían a nivel regional, y donde se llevaban a cabo también varios espectáculos ecuestres. Y más hacia el poniente empezaba el extenso terreno donde se mostraba el ganado caprino, bovino y porcino. Que se distribuían a lo largo del área que ahora ocupa la Facultad de Ciencias Políticas.
Algunos juegos mecánicos muy rupestres en la actualidad, pero modernos en ese tiempo, eran la rueda de la fortuna, un carrusel, las clásicas sillas voladoras y otros que se hacían llamar muy descriptivamente Juegos mecánicos. La mayoría de los asistentes llegábamos a pie desde los distintos puntos de la ciudad.
Esa Feria muy sencilla era la sensación de la temporada navideña en la capital queretana.
Al declararse el Cerro de las Campanas como Centro Universitario, la Feria tuvo que migrar hacia el lado sur de la ciudad. Y se construyo un moderno conjunto dedicado a la Feria Ganadera Regional, en las inmediaciones del circuito dedicado al automovilismo y que se llamaba Moisés Solana, uno de los pilotos de bólidos del México de esas épocas.
La Feria cobró fuerza y reconocimiento regional en el bajío, y ahí por algunas décadas funcionó como tal. La Escuela Preparatoria Sur de la UAQ apareció posteriormente y sus estudiantes eran los primeros asistentes a las naves e instalaciones de la Feria.
El Palenque tuvo su edificio especial, lo mismo un gran salón para la presentación de grupos y cantantes famosos. La urbanización inundó esa área sur, el crecimiento demográfico fue en aumento.
La asistencia a la Feria era tumultuosa, y su carácter ganadero era genuino, todavía se respiraban aires rurales y campiranos en ese Querétaro, no obstante, el enorme crecimiento industrial que se estaba gestando.
La mancha urbana nuevamente desplazó las instalaciones de la Feria y fue enviada hasta los terrenos de un Municipio vecino. La Feria ganadera de Querétaro fue adjetivada como internacional, pero en realidad nunca alcanzó ese rango. Siempre fue y será regional. La diversidad de actividades culturales, de ocio, de espectáculos, conciertos y de diversión que ya existe en la capital queretana han menguado la característica de ser un evento especial y particular para los queretanos. La feria es un evento más.
Sin embargo, aún tiene algunos rasgos rescatables. Me gusto que dedicaran una nave a los pequeños empresarios locales, a los artesanos y a los pequeños emprendedores. También me gusto que muchos jóvenes y familias de todas las clases sociales acudieran a divertirse, rescatando el carácter democrático de la Feria.
La Feria nos refrenda el sello de pueblo y de provincia. Esta Feria es la feria de la transición, porque ya ni es industrial ni es ganadera. El acento urbano y metropolitano que tiene la entidad ha provocado estos cambios. Y la ganadería se ira diluyendo, como lo fue su carácter rural y agropecuario.
Un ejemplo de ello es que pusieron en la granjita de una de las naves, a un burro. Para que la gente, los niños y los jóvenes, principalmente, lo conozcan y lo pueda tocar como una de las rarezas de las reses que existían en el otrora Querétaro rural.
Quizá lo que estemos empezando a ver, es el declive de la Feria como una de las fiestas principales.
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