¿QUÉ CLASE DE PAÍS SOMOS?

EL LLANO EN LLAMAS

Sergio Romero Serrano 191023

¿QUÉ CLASE DE PAÍS SOMOS?

Leer siempre ha sido importante. La invención de la escritura significó -para la evolución del hombre- un salto impresionante que le permitió preservar y difundir las ideas y el conocimiento que la experiencia humana había acumulado y que solo podía transmitirse de boca en boca, con los riesgos evidentes de deformarse o perderse.

De ahí que el ejercicio de lectura sea algo elemental en la formación del ser humano, ya que le permite visualizar y comprender mundos muy diferentes y complejos, a la realidad y el entendimiento individual. Decía un maestro que leer es como abrir ventanas en un muro y asomarse para ver qué hay del otro lado.

En el mundo actual -lleno de imágenes producto de las nuevas tecnologías- hemos creado generaciones con una alta predisposición a lo visual, de tal manera que los textos les producen una especie de urticaria. Hemos formado –consecuentemente- ejércitos de analfabetas funcionales, que a pesar de que saben leer, no acostumbran a hacerlo de manera habitual por solo mera pereza mental.

Esto lo sabemos bien los que nos dedicamos a la docencia: hay una constante lucha por inducir a los alumnos a leer, lo que a ellos se les hace pesado y aburrido.

Esta negativa es respaldada en muchos casos, por los propios padres de familia -analfabetas funcionales también- que apoyan a sus hijos -en educación básica sobre todo- a no adquirir esta disciplina, justificando que para eso hay tutoriales y documentales que facilitan la adquisición del conocimiento.

Lamentablemente, esta resistencia ha llegado a las propias universidades donde se han formado profesionales muy limitados al hábito de la lectura, más allá de los libros de texto y los manuales para la operación y solución de problemas específicos a su formación, reduciendo de manera importante la visión integral que debe tener el egresado, con cédula y todo, pero con una idea muy reducida del entorno social en el que impacta su quehacer profesional.

Con estas limitaciones, el egresado se llega a integrarse como docente reproduciendo el mismo esquema: cita en clase, como sus fuentes de información para sus alumnos, tutoriales, series, tik toks y “reportajes” extraídos del internet, junto con video libros y resúmenes que sintetizan y mutilan los textos originales. Ya ni hablar de la inteligencia artificial que permite crear textos “a pedido”, cumpliendo las condiciones que el solicitante exija a la aplicación y que ésta ya está al acceso de cualquiera.

En este contexto no es de extrañar que un presidente de la república, hace algunos años, no puedo contestar satisfactoriamente una pregunta de un reportero perspicaz, que lo “puso a patinar” cuando le solicitó que señalara tres libros cuya lectura le hubieran cambiado su forma de ver la vida.

Siendo un presidente relativamente joven, es de suponer, que su formación haya sido bajo los esquemas señalados en los párrafos anteriores y es posible que no hay leído un libro completo en toda su vida.

Conozco directivos de instituciones de educación superior privadas –y sospecho que también existen en las públicas- que se jactan abiertamente de que jamás han leído un libro completo su vida y que a pesar de ello, están en esos puestos por su reconocida “inteligencia”.

Los que nacimos en el siglo pasado y que logramos adquirir el bendito hábito de la lectura –porque no teníamos otra opción- porque para tener el conocimiento exigido para acreditar los estudios o tener una cultura mínima, era el libro o el libro, no había de otra, al no existir las actuales tecnologías.

De tal manera que estos avances son muy polémicos porque existen opiniones encontradas sobre los supuestos beneficios que han traído su invención, o los males que su propia naturaleza conllevan. Así que particularmente no siento envidia por los jóvenes que han nacido y crecido con las nuevas tecnologías y que antes de hablar ya pueden “manipular” algún tipo de dispositivo electrónico, como el celular, la Tablet o el control de la televisión, mucho antes de decir papá o mamá o pipí.

Si me ponen a optar, prefiero la textura del papel, el olor de éste y de la tinta. Es un placer enorme extender la sábana de un periódico, disfrutando una taza de café o quitar el plástico protector a un libro recientemente comprado.

Las posibilidades de muchos mundos se abren en ese momento ante nuestros ojos. Así que mencionar tres libros que te han hecho ver la vida de manera diferente es relativamente sencillo. Lo complicado es definir la selección y explicarla o justificarla, porque pueden ser mucho más de tres. Digo… si es que mínimamente se ha leído. Si no, pues… se ha vivido en el oscurantismo moderno.

Pero si eres un presidente de la República ¿qué clase de dirigente eres?

Y si ya hemos tenido varios presidentes así de ignorantes (que fueron diputados, senadores y gobernadores) ¿qué clase de país somos?

No es pues de extrañarse que los políticos actuales o los empresarios “exitosos” o los personajes de poder en general, sean –en muchos casos y en la actualidad- personajes profundamente limitados e ignorantes y que se jacten de sus propias barbaridades, declarativas o ejecutivas: hemos tenido un Fox, un Alito, un Markito, una Lily Téllez, una X Gálvez, un Peña Nieto; o un X González, un De Hoyos, un Salinas Pliego y un largo etcétera.

Y sería muy abrumador agregar a los personajes del pasado. Por higiene mental los omitimos. Pero la lectura, decíamos, es elemental y a pesar de todo debemos buscar fomentarla desde la casa, para complementarla en la escuela.

Estoy seguro que al hacerlo, tendríamos un mundo mejor.

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