LAS SOCIEDADES DEL CONOCIMIENTO

EL LLANO EN LLAMAS

Sergio Romero Serrano 070923

 

No deja de ser una paradoja que estamos viviendo tiempos muy confusos en medio de las supuestas “sociedades del conocimiento”, como aseguran sociólogos, antropólogos y pedagogos. Creo -sin embargo- que ese conocimiento del que se habla es muy relativo en sus alcances y beneficios. Tanto, como las tecnologías que ésta sociedades han generado.

Por ejemplo, cada vez producimos más y mejor en periodos de tiempo impresionantemente breves y con una calidad y precisión nunca antes vistas. Jamás habíamos dispuesto de tantos productos tan versátiles e innovadores como hoy. Hemos generado una riqueza mundial como no había existido nunca. Y sin embargo, seguimos siendo deficitarios en muchos aspectos básicos y elementales de la vida cotidiana. Por ejemplo: no hemos acabado con el hambre, con el desempleo y la enfermedad.

Cada vez más mejoramos las técnicas y las tecnologías para crear alimentos y preservarlos, y desperdiciamos cantidades impresionantes de alimentos: mil 300 millones de toneladas al año, con lo que se podría alimentar a mil 200 millones de personas hambrientas en el mundo, en el mismo periodo de tiempo, según datos de la FAO.

Y este es un ejemplo de lo contradictorio que resulta que los avances tecnológicos no han generado en esencia mayor felicidad a la especie humana, pero sí mayor comodidad y menor esfuerzo para producir los bienes y servicios básicos para el bienestar, sin que uno vincule al otro. Algo similar sucede en otros ámbitos del quehacer humano que no tienen nada que ver con el consumo, pero afectan el desarrollo, la tranquilidad, la estabilidad emocional e ideológica de las personas. Por ejemplo, en materia de libertad y derechos humanos.

Por un lado se han creado convenios, tratados y protocolos –nacionales e internacionales- para disminuir la represión, la imposición y la violencia sobre grupos sociales tradicionalmente vulnerables. Mujeres, niños, capacidades diferentes, preferencias sexuales y personas de la tercera edad, encabezan la lista de éstos que están cada vez más protegidos por leyes y protocolos tratando de garantizar su libertad a decidir y a optar, por lo que mejor convenga a sus intereses.

Hemos pasado de una sociedad abiertamente autoritaria a otra mucho más tolerante donde se han empoderado grupos que buscan imponer criterios y patrones conductuales que sí bien ejercen su libertad a ultranza, recientemente conquistada, a veces generan abusos y afectaciones sobre las libertades de terceros que impactan sus espacios de confort y tranquilidad. Esto se manifiesta muy claramente en el ámbito de la educación, donde los padres se reservan el derecho a formar a sus hijos como mejor les plazca. Con ello, la idea de no reprimir a un crio para no afectar el desarrollo natural de su personalidad, se niegan a establecer algún tipo de límites conductuales, que le permitan al chico o chica una integración armónica con los diferentes grupos sociales con los que deberán interactuar a lo largo de su vida.

No se les enseña a convivir en comunidad. Lo anterior llega hasta la escuela, donde los profesores tienen que lidiar con alumnos a los cuales no se les ha inculcado un respeto por el otro, el compañero, la compañera, el maestro o cualquier autoridad y a las disposiciones administrativas o disciplinarias, que no se les debe corregir y mucho menos reprimir, por la afectaciones psicológicas que estás pudieran presentarse, sostienen algunos psicólogos y pedagogos. Estos menores están acostumbrados a hacer su voluntad, con razón o sin ella, por lo que desarrollan una extraordinaria intolerancia a la frustración, que los lleva a veces a la violencia. Física o psicológica, sobre los demás. Pero además no son responsables de nada porque son los demás los que no le “dejar ser” o no lo “dejan hacer”. Cosas similares se manifiestan en otros ámbitos como el de las preferencias sexuales, donde se obliga por ley a dirigirse a un trans como él decida a llamarse, con la connotación a su sensibilidad de ese momento. No hacerlo se convierte en intolerancia y discriminación pues produce daños a su autoestima y ello es socialmente y legalmente reprochable.

En materia de libertad de expresión también hemos pasado de la censura y autocensura por honor, urbanidad, decoro, buenas costumbres, corrección o lo que sea, a la libertad absoluta de manifestarse sin mayor límite, pudiendo llegar al insulto y la agresión física o verdad, sobre todo en cuestiones ideológicas. Quien se expresa no se hace responsable de sus dichos, ni está obligado a apegarse a la verdad, a la razón o al decoro. Es simplemente el ejercicio de su libertad.

Y así podríamos hacer una lista interminable donde hemos supuestamente transitado de un estatus rígido y limitado a una mayor apertura, tolerancia y armonía, producto de los avances en el conocimiento que hoy hemos acumulado sobre nuestra condición humana y los procesos productivos que deberían redundar en una mayor calidad de vida y una mayor felicidad.

Sin embargo, la realidad parece decirnos otras cosas o –por lo menos- nos acota el optimismo de que estamos viviendo en un mundo cada vez mejor.

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