EL LLANO EN LLAMAS
Sergio Romero Serrano 290623
El proceso de escribir no es fácil. Aunque suele ser muy satisfactorio, también es muy doloroso. Eso solo lo puede comprender quienes tenemos esa inclinación y le damos cierta seriedad y constancia. Enfrentar la página en blanco genera una dosis de angustia y estrés que llevaba muchas veces a la desesperación, a la depresión y la renuncia. El esfuerzo puede llegar a ser desgastante y agotador.
No creo en los que escriben y dicen que todo es dulce y gratificante. Mienten tal vez por pudor, quienes afirman que la escritura es absolutamente placentera y lúdica. El solo hecho de que las ideas no fluyan como uno desea o que las palabras no se ordenen como uno quiere, o que éstas no reflejan en plenitud el pensamiento o el sentimiento deseado, conllevan un sufrimiento que solo quienes lo intentan pueden comprender o experimentar ese dolor.
Gabriel García Márquez comparaba el proceso de escribir como una especie de parto. No sé qué tanta razón tenga en ello, a pesar de que parece un lugar muy común y poco digno del escritor colombiano, porque -efectivamente- el dolor puede ser como de un parto y la satisfacción, también.
Ya lo decía el poeta chileno, premio nobel de literatura, Pablo Neruda en uno de sus poemas más célebre o, por lo menos uno de los más conocidos, el número 20: “puedo escribir los versos más tristes esta noche…”. Uno de los escritores más prolíficos del continente, que le escribió a casi a todo… ¡hasta a los calcetines! Termina finalmente el poema aludiendo a la tristeza y al dolor: “… aunque este sea el último dolor que ella me causa y éstos los últimos versos que yo le escribo.”
Pero si pensamos en otros escritores, contrasta y mucho Juan Rulfo, mexicano, que con solo dos libros breves, El Llano en Llamas y Pedro Páramo, entró a la literatura universal. Son dos obras maestras que impulsaron la literatura latinoamericana para posteriormente guardar un silencio contundente y definitivo, envolviéndose en un misterio que nadie ha podido resolver hasta hoy.
Él mismo lo explicaba de una manera poco ortodoxa: se le había muerto su tío Ceferino, que era quien le contaba las historias. Sea como fuere, Rulfo inicia toda una escuela en la narrativa latinoamericana: el realismo mágico, que impregna e influye a casi todos los escritores de este continente en el siglo pasado y cuyo máximo exponente sea, tal vez, Gabriel García Márquez, cuya novela Cien Años de Soledad, es una de las más leída en el mundo de nuestro tiempo.
Atrincherado en su departamento en la Ciudad de México el colombiano creo también una obra maestra después de leer a Rulfo, lo que le permitió vislumbrar la trayectoria de los que sería todo un movimiento que impactó a todos los escritores del planeta. Esta novela es una apología de la imaginación que le llevó varios años escribirla en medio de impresionantes incertidumbres que iban desde lo económico hasta lo literario. Sin embargo, y a pesar de las dificultades de la creación literaria, es una necesidad muy parecida a la adicción: duele, pero la necesitas. No hay tregua posible.
Narrar es el proceso que te reconforta, que justifica tu existencia, tu necesidad de respirar, independientemente de las otras razones o propósitos que se tengan al hacerlo. Es el impulso vital. Decía el propio García Márquez que escribía para que la gente lo quisiera. ¡Y vaya que lo quisimos! Su muerte dejó un hueco que aún no ha sido cubierto por nadie en lengua castellana.
Por otro lado, Jaime Sabines, el poeta chiapaneco, considerado a su vez, también, como uno de los más importes de México y Latinoamérica, en alguna ocasión dijo: “Siempre he creído que la escritura es un receso para que la vida no se nos desvanezca; es una forma de sobrevivencia. Pero no pienso nada más en la literatura ni nada más en vivir”.
Prolífico sin duda, en su obra se vuelca toda la angustia humana del vivir con todas sus profundas incertidumbres que muestran el sufrimiento del poeta y que nos comparte con una naturalidad impresionante. Es un escritor básico, elemental, íntimo, en nuestra literatura. Y así, podríamos hacer una lista interminable de escritores que han manifestado su pasión por la narrativa y las particularidades del proceso que, como señalamos al principio, es un proceso no ajeno al dolor y a la angustia, propias de toda creación.
Lo que yo sí puedo afirmar, es que la hoja en blanco es como una maldición.
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