Marginalia, núm. 0 por Benjamín Ortega G
Esta sección será el intento no condescendiente de reflexiones marginales; espacio donde las metáforas siempre estén subyacentes a los conceptos, lo que representará su plasticidad. Al ser marginales, podrían ser consideradas intempestivas, disolutas, incomprendidas y políticamente no correctas, lo cual será indiscutiblemente, un involuntario elogio. Perplejidades que por su franqueza podrán ser des-calificadas de indignantes. Usualmente, así es la ferocidad de lo límpido: ¡desagradable! Marginación. Estar al margen, estar al límite, estar marginado es desbordarse, no simularlo para ser el bufón de tiranos. Lo que está marginado, ahora, es enfocado. “En última instancia, digo, porque me siento como restituido a mi más auténtica naturaleza, vocación; yo no soy nada más que un malabarista. Acaso uno bueno, acaso uno mediocre, pero en resumidas cuentas un hombre que juega”.[1]
Fue septiembre. La última semana de ese mes. La había vuelto a ver involuntariamente ―después de casi un mes de no reconocernos― en un evento que había organizado. Al día siguiente, en esa última semana de septiembre, me fracturé el metatarsiano de un pie, no importa cuál. De tal suerte, era mi primera semana de incapacidad con el pie enyesado, jamás me había roto hueso alguno. Mi primera semana de encierro y recuperación. Tal condición me condujo a meditar mucho, casi como obsesión, mis fracturas: la ósea y la ilusoria. Relacioné lo fatídico, quizá por su irracional justificación, pero, un buen amigo me dijo categórico: “Son cosas que pasan”. En efecto, siempre las fracturas están presentes. Son cosas que pasan y uno llega a partirse. Me propuse sanar las dos fracturas, primordialmente, la ósea, la más importante. Para sobrellevar el tedio, leía afanosamente poesía y abría las dos puertas de un balcón para que entrara más luz natural y aire.
Ese balcón-ventana da a la calle y me ha hecho conocer seres marginales con la sensibilidad más intuitiva y primigenia: ex convictos, algunos con problemas de salud mental, indocumentados, vendedoras de plantas y flores, también subversivos vendedores de tamales que desafiaron, en su momento, al encierro pandémico, porque el hambre ya no sólo es un asunto orgánico autónomo, sino consecuencia de la precarización de la vida. Esa ventana-balcón se ha vuelto puente sociológico entre los seres liminales y yo.
Esa ocasión, mientras leía y seguramente escuchaba música, alguien tocó algunos barrotes de la ventana, gritó su saludo de buenas tardes, tomé las muletas de aluminio, me levanté de la silla de mi escritorio, me acerqué, se sorprendió al verme y me pidió ayudarle, casi ordenándome que le regalara un par de zapatos, pues, a veces logran verse un par de ellos desde fuera. Se notaba molesto, pero también decepcionado, lo identifiqué en su mirada, una vida forjada en los abismos. Me preguntó que me pasó, le narré.
Después me preguntó si era creyente, no me dejó responder y afirmó, con molestia atenuada, que todos estamos para ayudarnos, me miró y me confesó: “Te gusta aislarte y estar solo, se te nota”, sentí una leve tristeza, le afirmé y decidí platicar con él. Dejé mis muletas a un lado, me apoyé con facilidad para sentarme a hablar con él, me acerqué a los barandales y platicamos de toda la ira contenida en él, del daño que le habían hecho y de cómo lo pagarían; le dije que contener tanta ira y desprecio lastimará a quienes apreciamos y volvería al encierro, quizá para siempre: “No te contengas, desatarás violencia y arrepentimiento, necesitas hablar de tu ira, te hará entenderla y, sobre todo, comprenderte”.
Esto nos llevó a platicar de su enojo consigo mismo y con los demás y de su potencial suicidio y al final, sólo pude sugerirle algo que me he dicho a mí mismo, porque a veces he estado también allá afuera, así, de cierta manera, en situaciones similares: “Debes reconciliarte contigo mismo”. Silencio mutuo.
“No lo había pensado así”, me respondió. Me levanté con facilidad, con la pierna sin yeso, saltando como seudo acróbata, fui a mi ropero, tomé unos jeans y se los regalé, le dije: “Vuelve cuando quieras platicar”.
Benjamín Ortega G, 2022-2023. Año de encuentros y desencuentros.
[1] Manganelli, G. (2003). Encomio al tirano. Escrito con la única finalidad de hacer dinero, p. 11.
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