Luz Neón
Manuel Basaldúa Hernández
Cuando un visitante llega a Querétaro puede ver decenas de personas bajo los árboles, atrás de unos postes, en las banquetas, bajo unos pequeños techos, entre otros sitios oteando con cierto fastidio, algunos con desesperación, otros indiferentes sumergidos en el algoritmo de sus aparatos digitales, todos ellos esperando las unidades de transporte público.
Otro rasgo que puede notar es que dicho transporte público es variopinto. Es decir, puede ver autobuses conducidos dentro de unas vialidades ad hoc blancos con el lema de Qrobús, aparentemente bien organizados. Con paraderos exprofeso y con pago de sistema de tarjetas. Pero se encuentra con otros autobuses con el mismo logo, pero más austeros, más toscos y algo destartalados. Apenas asimila la diferencia cuando aparecen en las avenidas otros autobuses azules llamados Flecha Azul, con adornos ciertamente folclóricos y con ambiente oscuro. Pero ahí no para la cosa, también hay autobuses con vivos rojos unos y otros verdes.
En el frente tiene escrito los destinos, y estos son con escritura alfanumérica. Tal escritura esta manuscrita, algunos con rótulos, y con nombres de lugares de mercados, plazas, hospitales y avenidas. Tal como puede existir en las importantes urbes el visitante pregunta por los mapas de ruta, pero pronto se da cuenta que no existen. Busca mapas en los paraderos, pero tampoco existen. Los horarios de paso por los paraderos, tampoco existen. Un mapa de la ciudad para localizar puntos de acceso al transporte público, menos existen.
Es decir, el visitante tiene que adivinar a donde va, donde esta, cuánto cuesta el pasaje, y el traslado de un lugar a otro. Es a ojo de buen cubero en algunas de las rutas. Se sube el pasajero, puede ser por la puerta de atrás, velozmente, y al bajar debe pagar el importe de su pasaje, debe decir dónde se subió y el conductor le dirá el costo. Es cuestión de confianza y honradez. En otros autobuses ve pasar al auxiliar del conductor cobrando mientras pregunta a donde va. Ninguno de los conductores o sus ayudantes porta identificación, un uniforme que lo distinga de tan alta responsabilidad de trasladar personas y conducir una nave de grandes dimensiones.
El pago no significa exclusividad. No le garantiza un asiento, ni se diga cinturones de seguridad. Mucho menos comodidad en el trayecto, debido a la saturación del espacio, es decir, en un autobús con cuarenta asientos puede trasladarse con otras veinte o treinta personas en el pasillo. Y dependiendo de la hora puede ser que incluso un poco más. Tampoco garantiza que se detenga el cada punto de paso de la ruta en cuestión. Tiene que dar aviso mediante un grito y dar un salto felino para apearse.
El visitante tiene esa oportunidad de quedarse perplejo. Pero el ciudadano nativo, o asentado ya en esta urbe queretano, ha normalizado este trato inhumano y descortés durante muchos años. Se ha normalizado que se le trate mal, que no tiene derechos de nada a pesar de pagar tarifas altas, y pagar el costo de mala calidad de los autobuses y de su forma de organizarse de sus autobuses.
Tanto el visitante como el nativo, ignoran que en el papel burocrático de las autoridades municipales tiene como letra muerta la visión de una Secretaria de Movilidad, que dice así: “Ser la Secretaría reconocida por los habitantes del municipio de Querétaro que promueve su traslado de forma ordenada, accesible, segura y sostenible”.
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