EL LLANO EN LLAMAS
Sergio Romero Serrano 020223
LA MOVILIDAD SOCIAL DE LA EDUACIÓN
Los estudios universitarios han dejado de ser el elemento primordial de la movilidad social, como acontecía décadas atrás. Esto no significa que no influyan para obtener una mejor calidad de vida para quienes los realizan. Simplemente ya no basta con tener una licenciatura para que –en automático- haya una mejora substancial en los estándares de vida. Concurren, necesariamente, otros factores que complementan y refuerzan esta mejora.
Por otro lado, hay en el mercado laboral, distorsiones que son alentadas –creo yo- por el modelo económico en el que estamos inmersos: un capitalismo rapaz y una competencia feroz, donde el conocimiento que no produce riqueza económica directa, no sirve y ha sido sistemáticamente erradicado de los planes y programas de estudios de las instituciones educativas.
Tal ha sido el caso de materias como filosofía, historia, literatura, sociología y ética, entre otras, que nos ayudan a comprender el mundo, pero de lo que se trata no es entenderlo sino explotarlo. Aunado a lo anterior, está el discurso en las universidades, principalmente en las públicas, que ha cambiado de manera radical: desde sus fundaciones hasta entrada la década de los ochentas, en estas instituciones se le señalaba al estudiante, que el haber ingresado a la institución lo convertía en un persona privilegiada, porque estaba ocupando un espacio que muchos otros deseaban tener y no podían.
Esto lo llevaba a tener un compromiso de desempeño óptimo y aceptable, y ser un “agente de cambio”. Es decir, que ante aquellos problemas que lastimaban al tejido social, debían ser modificados por los elementos mejor preparados del entorno, como eran los profesionistas formados bajo valores de solidaridad, compromiso y empatía, que debían sujetarlo –desde su ámbito de influencia- a cambiar aquellas cosas que dañaban.
Era una especie de activismo social, que tuvo sus repercusiones en el desarrollo político del país. Sin esto no podemos explicar los movimientos estudiantiles que culminaron en el 68 y la guerrilla urbana de los 70s, entre otros muchos factores.
Era de esperarse una respuesta del sistema ante estos hechos y hoy, el discurso al interior de las universidades ha cambiado –a partir de los 80s- y se le ha hecho creer a los estudiantes, que deben ser –después de concluir sus estudios- personas de “éxito”, entendido éste como un profesionista que debe tener una alta calidad de vida, determinada por los bienes materiales: ingresos anuales millonarios, un excelente auto, una o varias casas en zonas residenciales y de élite, viajes al extranjero y recreación de primer nivel. El compromiso social ha sido extirpado, no aparece en la formación del estudiante.
Como resultado de ello, tenemos varias generaciones de universitarios que no consiguieron y no consiguen mejorar su estatus social, sumiéndolos en la frustración y el desánimo social, realizando actividades poco o nada relacionadas con su formación original, destinados al subempleo o a la economía informal.
Al margen de todo, es un recurso humano desperdiciado, que tuvo un alto costo económico. Sin regatear la movilidad social derivada de los estudios universitarios, debemos considerar que éste no debe ser el factor único o la finalidad última de la formación universitaria, porque el trabajo profesional impacta de manera directa al entorno social. Trabaja sobre éste y modifica para bien o para mal el tejido social.
Un profesionista cuyo único propósito es obtener una riqueza legítimamente establecida, pero soslayando el entorno social en el que incide, sin buscar su restablecimiento o mejoría, es parcial y limitado. El compromiso de los universitarios, de los profesionistas con el entorno social en el que están inmersos debe ser restablecido en la formación de los estudiantes, que debe ser la gente más preparada para aportar soluciones a las problemáticas del país. Sólo eso nos podrá –creo- garantizar en desarrollo sustentable del país.
Recuperar esa mística podría ser el inicio de una recuperación integral.
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