Neon

Manuel Basaldúa Hernández

 

La agresividad humana está determinada genéticamente, se lamentan los antropólogos Kay Martin y Bárbara Voorhies, respecto a una propuesta de Konrad Lorenz en 1966. Y esgrimen su postura respecto a este planteamiento: “Esta conclusión suele interpretarse como si se afirmase que no es posible controlar la agresividad. Por otro lado, es simplista e ingenuo sostener que los humanos son seres fundamentalmente pacíficos que se han visto estimulados en masa a la agresividad debido los tormentos que los somete el mundo industrializado moderno.” (p. 46)

 

Justificación para la violencia, explicada o aplicada, los humanos siempre la han ejercido, solamente que ahora se hace conspicua, es decir, más evidente, en la medida de que la sociedad se cree con progresos y ha creado ciertos derechos para acotar el comportamiento de los violentos.

 

Agregan Martín y Voorhies: “Es más, aunque se atribuya a factores tanto innatos como sociales, la agresión siempre será puesta del lado de la masculinidad. Algunas feministas han aceptado esta posición y declaran que la guerra, un mal social, es provocada por la naturaleza agresiva de los varones. Dicen que la guerra será impedida solamente cuando las mujeres lleguen a ser líderes políticos en todo el mundo”.

 

La agresividad humana se ha convertido en un cáncer social que se ha remarcado en todas aquellas agrupaciones humanas que persiguen un desarrollo económico, y que han construido nacionalismos insanos o identidades cerradas. Pero en lo que quiero poner énfasis es en el alto nivel de violencia descarnada que se ha inclinado hacia las mujeres. El feminicidio y la imposición violenta de los hombres ya es un aspecto que preocupa tanto por su frecuencia como por su saña en estos últimos tiempos.

 

La reacción de las mujeres ha sido ácida y profunda, pero no ha calado suficientemente en el otro sector que debe de incorporar como aliado; a los otros hombres. El empoderamiento de la mujer y el nivel de igualdad que ha logrado en ciertos aspectos y campos, hasta ahora no ha sido suficiente para permitir crear una fuerza necesaria que detenga la violencia hacia ellas, y que se hayan creado alternativas concretas y de largo aliento. Es valida y justificable la demanda de un alto a la violencia contra las mujeres que ellas han manifestado y con la cual se han levantado con protestas, pero hace falta crear mecanismos de integración de otro sector de los hombres para enfrentar juntos la violencia humana.

 

Estas líneas solamente son para pensar en voz alta la dimensión de los índices tan altos de feminicidios y violencia contra la mujer que se registra en nuestro país y en las diversas regiones de México.

 

Por ahora, dejamos estas notas que nos den luz que camino debemos tomar para continuar con nuestras reflexiones, y brindar aportes a la modificación de esta condición humana de la violencia, y de la violencia contra las mujeres en especial.

 

 

 

 

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