Sergio Romero Serrano
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Después del impresionante fraude en las elecciones de 1988, la necesidad de arrebatarle el control de los procesos electorales del país –al gobierno- fue inevitable. Los brutales abusos del PRI solapado por el estado mexicano durante décadas, agraviaron de manera muy importante a la población que exigió más airadamente, que transitáramos ya a una democracia real.
Pero no fue así. La fundación del PRD para darle estructura al FDN, trajo en su proceso muchas muertes de sus militantes, que pagaron con sus vidas el fuerzo empeñado en tener elecciones limpias y transparentes, para accesar al poder y realizar los cambios que demandaban la mayoría de los ciudadanos y que el sistema negaba una y otra vez.
Ante ese escenario, el sistema político mexicano se recompuso ante el avance de la izquierda y pacto con las dos fuerzas políticas más importantes, cambios que no comprometieran su esencia. Lo más que se otorgó, fue una alternancia en el poder, que fue negociada desde la cúpula del poder político, económico y mediático del país, para no perder los beneficios que ya se tenían y los grandes negocios a los que estaban acostumbrados. Esto fue a partir del sexenio de Carlos Salinas de Gortari.
Nace así un bipartidismo que en los hechos garantiza que no haya modificaciones sustanciales que pongan en riesgo sus intereses de élite. Nace el IFE con ese propósito y los fraudes electorales se sofistican. El mapacheo se vuelve virtual y se institucionaliza la compra de voluntades con carretadas de dinero y consignas. El desprestigio de la actividad política llega a sus límites.
Las barbaridades cometidas por el PAN en el ejercicio del poder (2000-2012), pactado con el PRI, suma más agravios a la población que busca otra salida ante la capitulación del PRD a los intereses del sistema. Nace MORENA. Se transforma el IFE en INE para seguir –ya no igual- sino peor. La consigna es clara: detener el avance de la izquierda a como dé lugar (hoy me puedo asumir como de izquierda, sin temor a perder mi empleo o mi estatus académico). El desprestigio se exacerba.
El actual presidente del INE, declara en múltiples ocasiones, ante la lluvia de críticas por su sectarismo, parcialidad y descaro, que ella es una de las instituciones en la que más confiamos los ciudadanos, hasta que –recientemente- una encuesta realizada por la propia institución y filtrada, lo desmiente categóricamente y lo saca de su burbujita.
Esto nos confirma lo que ya sabíamos desde el principio: que una abrumadora mayoría de mexicanos repudiamos, cuestionamos y exigimos una reforma real de la institución, que nos diera certeza, credibilidad y confianza en los procesos electorales.
Así de simple.
Los intereses partidistas, las élites del poder económico-político y los oportunistas de siempre, se oponen. Es una lástima, porque creo que esto ya no lo detiene nadie.
La consigna de la oposición es que el INE no se toca. Es una pena porque me temo que sí, que sí se toca; se retoca y se vuelve a tocar, si así lo deseamos la mayoría de los ciudadanos, hasta que nos quede como obra maestra. Los contribuyentes lo pagamos y por lo tanto, es nuestro.
El sistema no quiere ese cambio y las razones están a la vista. Perderán el control para seguir imponiendo sus gobiernos. Lo hicieron por lustros y quieren seguir haciéndolo. El INE no le pertenece a nadie más que a los votantes. No a los gobiernos en turno y no a los partidos políticos.
La burocracia dorada del INE debe irse a descansar para disfrutar de lo ilegítimamente ha obtenido, del asqueroso saqueo que hicieron. Los partidos políticos deben ser financiados por los militantes. Que les duela en el bolsillo impulsar políticos rapaces, incompetentes y oportunistas al mejor postor. Y que las cámaras dejen de ser premios para los incondicionales y advenedizos, a través de la plurinominalidad.
Esa es la reforma que por hoy necesitamos. Mañana ya veremos.
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