EL LLANO EN LLAMAS: SIN RENDIR CUENTAS

EL LLANO EN LLAMAS

Sergio Romero Serrano 130722

Una gran parte de la población postsesentaiochera del país –a la cual pertenezco- seguramente tuvimos un cúmulo de sentimientos encontrados tras el anuncio de la muerte del ex presidente Luis Echeverría, en la ciudad de Cuernavaca, a los cien años de edad.

Tal vez, Echeverría sea uno de los últimos sobrevivientes gubernamentales, responsables directos de ese pasaje histórico negro, que enluto a cientos de familias a lo largo y ancho de la geografía nacional, porque después del 68 se recrudeció la guerra sucia iniciada pocos años atrás, con el nada noble –y mucho menos real- propósito de detener el avance del comunismo en esta parte del hemisferio, de acuerdo a los canones dictados desde Washington y seguidos a tabla rasa por los presidentes de México de esa época: Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo.

El expresidente murió en el abandono –al parecer- absoluto. Su cortejo desolado, sin protocolos de ninguna índole, al cual no asistieron representantes de ningún nivel de gobierno, ni de su partido, hoy sumido en uno de sus más graves escándalos recientes. Pareció un personaje desechado por su dañino paso por la historia. La noticia me hizo recordar la época de la preparatoria, donde efectivamente, evitamos todo tipo de contacto con la policía local, particularmente los judiciales, porque la sola sospecha de ser estudiante podía ser –ante ellos- una experiencia muy desagradable.

Recuerdo que todavía a principios de los años 70s, escondíamos nuestras credenciales de la universidad y negábamos ser estudiantes, lo cual no era fácil: la forma de vestir, el cabello largo y el lenguaje nos delataban. Los policías nos pasaban las manos sobre las palmas hasta los dedos y al no encontrar callosidades nos llamaban mentirosos, nos golpeaban y nos cortaban el pelo, en medio de insultos y vejaciones. Uno temía más encontrarse con policías que con pandilleros, porque con estos últimos, podías escapar, negociar o dar la batalla. Con los primero no.

Ser estudiante podía ser peligroso pues era sinónimo de improductivo, grillero, comunista o guerrillero. Hay que recordar que después del 68 apareció la guerrilla urbana en varias partes del país y que la más sobresaliente fue la Liga 23 de Septiembre, la cual fue perseguida hasta su total exterminio. Podías ser señalado o perseguido, si te encontraban algún libro “subversivo”, que en la portada apareciera la figura o el nombre del Che, de Fidel Castro, de Karl Marx o de Lenin, Troski o Stalin. Daba igual.

Las universidades en esa época, se convirtieron en centros de reclutamiento de los dos extremos radicalizados del abanico político posible de entonces: el partido comunista mexicano y todas sus variantes y la ultraderecha, también con todas sus variantes, entre las que destacaban el MURO y el YUNQUE, que operaban al interior.

Los que permanecimos como independientes o libre prensadores –incluso sin saberlo ni sospecharlo- oscilábamos entre estos extremos que a veces exigían definiciones y nos agarraban como “sándwich”, amenazando con aplastarnos. Algunos nos refugiamos en la literatura y el teatro, que fue –tengo que reconocerlo- nuestra protección y nuestro escape, porque nos dieron instrumentos para manifestarnos y definirnos sin caer en los maniqueísmos. Luis Echeverría fue para nosotros sinónimo de represión sangrienta.

Sabíamos lo del 68 y lo del 71, que aunque no lo vivimos directamente, sufrimos los coletazos de aquella y no entendíamos el por qué. Había una cuenta pendiente que cobrar y cuando parecía que por fin el genocida sería llamado a ello, la posibilidad se esfumó lamentablemente. Echeverría murió sin que la historia lo haya llamado a rendir cuentas

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