Manuel Basaldúa Hernández
Nuestro Estado de Querétaro está pagando los costos de convertir su capital y sus ciudades expandidas en una de sus Metrópolis mexicanas. Su crecimiento urbano, poblacional, territorial y social ha creado a la vez sendos escenarios; al interior y al exterior de vida administrativa.
Al interior tiene la ventaja de contar con operadores que maquillan la imagen gubernamental y de la clase política. De tal forma que se da el lujo de presumir encuestas de preferencia, de aceptación de las administraciones estatales y municipales, así como contar con una prensa local que le promociona todo y le festeja sus acciones y programas sociales. Aunque no estén resuelto varios retos que las localidades presentan, como la movilidad, el ingente transporte público, la inseguridad, la ley de aguas, entre otros. Tales aspectos se diluyen con ciertos logros tales como obtención de inversiones extranjeras en sus parques industriales, ampliación de oportunidades de trabajo, y otorgamiento de recursos a ciertos sectores de la población mediante programas populistas.
Pero al exterior, es otra situación. En este joven sexenio ya se tiene una serie de acontecimientos que ha puesto a Querétaro en la mira, con un agrio contenido en su información, del que no puede escapar ni explicar a todo mundo. De tal forma que los queretanos ya sufrimos de una fama poco afortunada. Las imágenes violentas de la reyerta entre los aficionados de Gallos y Atlas en el Estadio Corregidora, le dió la vuelta al mundo. Y el estigma de que los queretanos son violentos empezó a asomarse. La prensa mundial difundió las escenas más grotescas de ese enfrentamiento. Apenas empezaba a diluirse en la memoria colectiva esos hechos, cuando nuevamente salió el nombre de Querétaro al vincularlo con el vuelo de un avión que despegó con integrantes de una célula terrorista de iraníes y venezolanos hacia Argentina. Un par de semanas duró la información en los medios sudamericanos, señalando el descuido de la seguridad mexicana con sede en Querétaro. Cómo si estuvieran programados los escándalos, nuevamente se hizo noticia nacional y mundial la violencia con la que actúo la policía contra protestantes indígenas, ante su demanda de recursos naturales. Por si no fuera suficiente, hace apenas unos días en la prensa nacional se destaca la negligencia médica en uno de los hospitales del IMSS de esta localidad, de la amputación de las piernas de una mujer que ingresó por un dolor en el vientre generado por una mala colocación de un dispositivo anticonceptivo. La intervención de la Comisión Nacional de Derechos Humanos a actuado para pedir que se resarza el daño, y las autoridades locales han hecho mutis ante este descuido médico. Pero el acto que nuevamente pone a Querétaro en la picota del escándalo es el caso de “Juanito”, el niño indígena que sufrió quemaduras estando en su escuela, producto de una serie de actos de bullyng y racismo. El Periódico europeo El País realizó un amplio reportaje, que ha sido retomado en otras latitudes para hablar del caso. En el territorio nacional ya ha llamado la atención de especialistas en educación, con una nota en el periódico Excelsior de Carlos Ornelas, quien destaca que le acongoja el corazón del autor y le llena de enojo que exista entre las escuelas mexicanas “el racismo, la exclusión y la violencia entre pares”. También se ha manifestado por este caso el Ministro Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Arturo Zaldivar.
Con este citado caso, evidencian a las autoridades locales de Educación, y desde luego a sus jefes inmediatos de no contar con una política adecuada, expedita y justa que castigue esos hechos, y que atienda los fenómenos de violencia, racismo y discriminación. Ornelas señala en parte una inercia de esta violencia la que promueve desde su mañanera López Obrador, pero las autoridades locales la promueven ante el desprecio sistemático y mediático contra los grupos indígenas del Estado y del país. Los otomíes son menospreciados por las autoridades, las etnias no son valoradas ni reconocidas como ciudadanos íntegros y esa información repercute entre los sectores de la población infantil, de tal forma que aplican violencia y abuso contra sus personas.
Pero tal parece que a las autoridades locales poco les interesa el estigma que pesa sobre los queretanos de violentos, porque se han dedicado a la promoción de otros asuntos con carácter propagandístico, cibernético, y como dicen ellos, han creado un Queretaverso, pero no han superado algo básico: los retos de los pueblos originarios y la educación con que le otorgue un ambiente de inclusión y desarrollo entre su comunidad.
En mis estancias en algunos estados del noroccidente del país, en decir, en Sinaloa y Sonora me han referido sus impresiones sobre nuestra ciudad y el Estado. Con todo el nivel de violencia que existe allá, el colmo ha sido que ellos tengan la impresión de que en Querétaro haya muchos muertos, como en el Corregidora, y la violencia esté con índices altos en la capital. Los he desmentido, pero ahora me llegan los mensajes de allá de que acá “queman vivos” a los niños en las escuelas. Algunos otros conciudadanos, y conocidos extranjeros me preguntan si hay tal nivel de violencia en mi ciudad o en el Estado, que suceden actos de barbarie y salvajismo.
Queda mucho por hacer en Querétaro para recuperar una paz y convivencia que le otorgue el prestigio del que gozaba nuestra entidad de cordial y pacífica. Hay que trabajar en recuperar el espíritu de comunidad. ¿Quiénes son los responsables de tales tareas? ¿Quién cree usted que deba asumir esa responsabilidad? Mientras, seguiremos siendo señalados con ese estigma de violentos.
Deja una respuesta