Sergio Romero Serrano
020622
Desde hace tiempo veníamos escuchando una afirmación que parecía más cercana a la ciencia ficción que a la geopolítica o la biología, por su contenido sorprendente: las guerras del futuro ya no serán por el petróleo –decían- sino por el agua.
¿Cómo será posible que el agua tenga más valor que el petróleo? nos preguntábamos llenos de incredulidad y escepticismo.
Inconscientes del valor fundamental del líquido que dio origen a la vida misma en este planeta, no alcanzábamos a dimensionar las razones de tal afirmación.
Sin embargo, el futuro nos ha alcanzado y la lucha por el agua se ha convertido en una estrategia de soberanía y seguridad nacional, que ha impulsado la elaboración de leyes y la firma de tratados y convenios en todos los niveles de gobierno y parte esencial de la política exterior del país.
Para empezar, el acceso a ella ha tenido que ser reconocido como un derecho humano, por ser la esencia de la vida misma. Sin el agua no es posible la subsistencia de ningún organismo. Sin ella no es posible ninguna actividad humana y económica.
Es cierto que el 70 por ciento del planeta es agua, pero la dulce solo es el 3.5 por ciento y de ella 0.3 está en la superficie. La demás es subterrránea o congelada.
Evidentemente la disposición del líquido para consumo humano es muy limitada y los procesos productivos –a partir de la industrialización y el capitalismo rapaz- han expoliado el recurso hasta dar la posibilidad de poner en peligro nuestra propia existencia.
Sin embargo, el desarrollo de la humanidad está llena de enormes esfuerzos que se han realizado a lo largo de nuestra evolución, para tener a la mano el agua. La ciudad de Santiago de Querétaro –por ejemplo- capital del estado, ha sido históricamente deficitaria en la disposición del líquido y prueba de ello son los arcos que nos dan identidad y nos emblematizan, testificando la lucha de los queretanos por ella.
Desde el siglo XVII se ha abastecido la ciudad con fuentes externas. La Cañada o El Marques fue el inicio y hoy sigue siendo una preocupación importante ante el avance brutal del crecimiento urbano sin planeación y meramente especulativo. Lo fue El Marques y Huimilpan en su momento.
El municipio de San Juan del Río es otro ejemplo de la expoliación acuática. Con la llegada de la industrialización que asentaron empresas que disminuyeron la disponibilidad del líquido, por procesos productivos que comprometen amplias cantidades de agua como son la papelera y la textil: Kimberly Clark, Ponderosa y Kaltex.
Empresas que han sido beneficiarias con el otorgamiento de concesiones para la explotación de pozos por decenas de millones de metros cúbicos, entregadas en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari en 1994, a quien fuera su asesor en materia industrial, Claudio X. González padre, dueño de la primera empresa citada en el párrafo anterior: 29 millones de metros cúbicos al año para sus plantas de Veracruz y Querétaro.
Disponibilidad de agua que ha mermado los mantos acuíferos de San Juan del Río, por lo menos, donde se ha reducido la posibilidad de extracción al reducirla al 50 por ciento, pasando de los 120 a 60 metros cúbicos por segundo, para la población, por la incapacidad de recargar los mantos freáticos de la región, según datos de CONAGUA.
Ante este panorama, la reciente aprobación de la ley que permite privatizar el suministro de agua en nuestro estado, es por demás inoportuna e inaceptable, partiendo de la premisa mínima de que el acceso al agua es -principalmente- un derecho humano y que las empresas privadas no van a garantizar esta condición.
Una aprobación por la vía rápida que canceló toda discusión seria al respecto, en un afán de excluir a los ciudadanos que se verán despojados de un derecho elemental.
¿Por qué privatizar el suministro del agua? ¿Cuáles son las razones por la que este servicio debe pasar de las manos del estado a los particulares? Porque las empresas privadas ¿son más eficientes que las del estado?
Bueno es una discusión inútil que no tiene salida. Lo cierto es que si el criterio que sustenta la supremacía de las privadas es que generan más dinero, podría ser aceptable o razonable. Pero en el caso del agua el criterio va a ser ¡venderla más cara! Porque es un producto sujeto a comercio y si no es negocio ¿entonces qué es?
Esta visión retorcida de que todo se puede comprar y vender, como pregonan alegremente los usureros, me recuerda aquella vieja carta del Jefe indio Seattle, que en 1854 envió al Presidente de los Estados Unidos de América, Franklin Pierce, cuando le hizo una oferta de comprar las tierras de las tribus donde vivían los indios Swaminsh:
“¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esta idea nos parece extraña. Si no somos dueños de la frescura del aire, ni del brillo del agua, ¿Cómo podrán ustedes comprarlos?”
Guardando toda proporción ¿cómo puede quedar en manos de la usura el líquido vital fuente de toda la vida?
Por cierto, la carta de jefe Seattle podría ser considera la primera manifestación pública de una visión ambientalista de este continente.
Y por cierto ¿qué han manifestado los ambientalista queretanos sobre esta barbaridad?
¿Alguien sabe algo?
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